Manos abiertas


Adquirir plena conciencia de lo que somos implica preguntarnos sobre lo que hacemos, con una actitud positiva, libre de todo juicio. El centro de control de nuestra conciencia lleva a cabo un chequeo permanente de nuestro estado emocional, que nos permite preservar nuestra intimidad al tiempo que regulamos el flujo afectivo en el marco de la estructura familiar, o de cualquier otra que podamos construir. Compartir vivencias es esencial para nuestro equilibrio anímico, pero igualmente necesitamos abrir espacios en nuestras relaciones y relajarnos emocionalmente. No se trata de una práctica exclusivista de distanciamiento, sino de aceptar la individualidad de otras señales de aproximación sin dejar de enfatizar las características singulares que refuerzan nuestra identidad y favorecen la afectividad interpersonal, al tiempo que observamos otras que nos alertan de posibles desajustes dentro del grupo, que podrían conducirnos eventualmente al aislamiento, a menos que sepamos practicar una técnica adecuada de reflexión selectiva. Por otra parte, aceptarnos tal como somos significa reconciliarnos con nuestro pasado, dispuestos a corregir posibles errores cometidos. Cada tramo de nuestra vida tiene su propia estructura y significado, que aportan datos imprescindibles para llegar al autoconocimiento; por tanto nuestra historia personal debe formar parte del contenido de esta reflexión. (“Conocer tu propia oscuridad es el mejor método para lidiar con la oscuridad de las demás personas”. Carl Gustav Jung). De este modo vamos elaborando una etiqueta identificativa que subraya tanto los valores heredados como el resultado de nuestros actos que afianzan nuestro crecimiento, incluida su dimensión espiritual. La representación de la trayectoria hacia la madurez está plagada de dibujos, de colores, de diseños familiares, de posturas que reflejan su desarrollo psíquico. Unas manos abiertas no significan afán de posesión material, ni un gesto hostil, sino un deseo de abrazar y sentirse recibido y amado. Si no queremos que el vacío emocional se visualice como el agujero que deja un árbol arrancado, debemos prestar atención a esas manos, procurar que crezcan sanas y acogedoras, que aprendan a hacer un pocillo profundo y estanco para dar cobijo a las emociones; donde quepan, además, todos los interrogantes, dudas y certezas.
Cuando somos realmente conscientes de lo que somos, estamos preparados para asumir objetivos alcanzables. No es cuestión de enfrentarse a grandes retos;  son tareas cotidianas las que debe afrontar una mente abierta a todo pensamiento positivo, capaz de hacerse preguntas y responderlas,  de saber elegir y tomar decisiones acertadas,  de empatizar, de dar sentido a las habilidades adquiridas y generar valor añadido a los talentos recibidos. La inteligencia emocional se manifiesta en la expresión equilibrada de los sentimientos como respuesta a los estímulos afectivos, y nuestros actos se encargan de poner en práctica y potenciar los recursos personales, fortaleciendo la autoestima“porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes”. (Jorge Bucay)