Con una perspectiva orientada a la comprensión de la naturaleza humana y al desarrollo integral de la persona, la Psicología aplica estrategias específicas ante situaciones concretas de conflicto, como puede ser un comportamiento trastornado por la dificultad para establecer un equilibrio entre la exigencia de ser y la conveniencia de parecer, dos categorías necesariamente complementarias que por tanto no determinan precisamente una disyuntiva de elección para alcanzar el más alto nivel de crecimiento personal y sin embargo representan para muchos dos formas enfrentadas de enfocar el modo de vivir. De hecho, incluso dejando un amplio margen para la influencia de la imaginación creativa en el proceso de construcción identitaria, es frecuente oír recomendaciones relativas a la autenticidad individual, tales como “sé tú mismo”, para prevenir su debilitamiento como resultado de la comisión de actos indebidos o de aquellos de los que sin desearlo somos igualmente responsables, por no haber elegido ser por encima de todo, con todas sus consecuencias.
Por un lado es notable la tentación a minimizar la responsabilidad de acciones de las que no nos sentimos satisfechos. Es igualmente sorprendente la facilidad con que nuestra mente inventa actuaciones ficticias, elaboradas por nuestra imaginación creativa, en la que somos actores principales tanto en la constante recreación retrospectiva de todo lo que nos gustaría haber hecho y no hicimos como de lo que desearíamos hacer con una visión anticipatoria de futuro. El resultado de estas dos manifestaciones podría ser una situación complaciente en la que convergen y se complementan una realidad imaginativa y una imaginación realista. Se trata de una de las facultades más portentosas de nuestra mente, que a través de un largo proceso evolutivo ha sido capaz de sintetizar en un punto presente el resultado práctico de ambas trayectorias. Mientras una voz interior dicta «atrévete, cuenta lo que imaginas», otra más profunda, más pragmática, nos dice «conecta realidad y ficción y asómbrate de las posibilidades de crear un mundo tangible, sin perjuicio de dejar un espacio a la invención de otros posibles en tu mente». Dicho de una manera figurada, hemos nacido para escuchar al mundo. Tanto es así, que la incertidumbre individual siempre se compensa con la opinión ponderada de los demás. Podríamos decir que ciertas neuronas han desarrollado una capacidad excepcional para la ficción. Nos cuesta escasos segundos generar un primer juicio sobre la persona que tenemos delante. “Aunque no nos guste reconocerlo, estamos programados para juzgar el libro por la portada” (N. Etcoff). Podemos elegir incluso lo que queremos imaginar, basándonos en nuestra percepción de la realidad, de acuerdo con los estándares culturales y estéticos de la sociedad que nos alberga, que facilita, entre muchas otras cosas, la acción parental dispuesta a allanar caminos y dejar que los hijos crezcan en la medida en que su imaginación les permita crear un mundo alternativo, sin sentir la necesidad imperiosa de ser alguien en la vida para dar sentido a la vida de los demás. Por otra parte, esta es, justamente, la base de todo avance de perfección de nuestra inteligencia, tomar elementos propios o prestados de personas que ya han recorrido el camino o que están dispuestas a andar a nuestro lado con su bagaje profesional y su capacidad afectiva. Es tan intenso el proceso de comunicación de experiencias como el deseo del individuo objeto de acompañamiento de compartirlas con su compañero de viaje. Aquí es donde entra en juego la destreza del experto en la exploración sistematizada del grado de realismo o de la dosis de fantasía presentes en cada uno de los hechos contados. Es difícil establecer una línea divisoria, que suele ser tanto más difusa cuanto más fuerte es el nivel de responsabilidad si de esta se deriva sentimiento de culpa o miedo a una posible acción punitiva.
Las convenciones sociales instaladas en el estado actual de nuestra sociedad comprometen todos los diferentes tipos de inteligencia, pero muy especialmente la que afecta más directamente a nuestra expresión, al lenguaje y a las relaciones intergrupales, desde la escuela a la universidad, desde la familia a los amigos, desde el universo de las firmes creencias al de las sutiles certezas disfrazadas de verdad indiscutible. La imaginación da un amplio juego a la creación fantasiosa de acciones notables, y aunque la estructura paradigmática de nuestro contexto social no nos permite intercambiar el sujeto de la responsabilidad de un acto probado, es muy fácil hacerlo cuando no existe constancia clara de su autoría. Imaginación y sensibilidad no siempre conviven en nuestra mente de forma armoniosa y equilibrada. Ante situaciones parecidas, respondemos con distinta intensidad según el grado de afección que sentimos hacia el estímulo. Dependiendo en gran medida de la representación que nuestra mente se hace de un hecho concreto, la imaginación juega un papel esencial en su definición (“síntesis trascendental de la imaginación” –Kant), afectando no solo al juicio de valor sino, y sobre todo, a las acciones concretas que podemos ejecutar para comprenderlo, como acudir al psicólogo y construir con su ayuda un refugio imaginario donde dar cobijo mental a la magia de nuestras fantasías, o simplemente no hacer nada si queremos hacerlas invisibles. En nuestra experiencia cotidiana, el uso de expresiones coloquiales como “según parece”, “por lo visto”, denotan intuición sensorial imaginativa al referirnos a hechos que no han sido objeto de una observación directa de lo sucedido sino de un relato aderezado con matices subjetivos de quien los cuenta, más o menos fieles a la realidad, que llega a nuestra mente, dotada de capacidad deductiva y provista de una imaginación compensatoria de cualquier deficiencia narrativa contextualizada. De hecho, nada más auténtico que la visualización “tangible” simbólica de la realidad imaginaria descrita en el lenguaje de los niños. Se trata de ficción en su más preciso sentido, que puede suplir con creces carencias de la narración que la lógica adulta exige y limita al ámbito de lo estrictamente demostrable.
La necesidad de afirmar la verdad de lo que percibimos nos lleva a un espacio mental en el que los sentimientos se ven inevitablemente afectados de manera inmediata. Reconocer cuáles han de ser revisados, rechazados o potenciados nos sitúa en una posición delicada y compleja respecto a qué o quiénes influyen en la gestión de nuestra inteligencia emocional, sin olvidar que el principal trabajo depende de nosotros: afrontar situaciones, aprender actitudes, aprender soluciones, utilizar adecuadamente las técnicas de control. En el desarrollo de la inteligencia emocional, la Imaginación, “esa esponja del infinito”, filtrada a través de las Creencias (“La mente solamente concede valor a aquello en lo que tiene intensa fe” –S. Sivananda) contribuye a crear una realidad exclusiva para cada individuo, manifestándose en el comportamiento con todo su potencial creativo como elemento dinamizador de las emociones, “esos maravillosos regalos que tenemos…”. Rhonda Byrne)