“Crecemos a la luz de nuestras emociones”. El estudio de la neurociencia ha puesto a nuestra disposición el resultado de la repercusión de la luz en el estado de ánimo. Una buena iluminación favorece nuestras relaciones y potencia nuestras facultades comunicativas, estimulando lo que llamamos la alegría de vivir. En sentido contrario, la falta de luz puede eventualmente provocar la aparición de estados depresivos. No es una vana pretensión metafórica pintar la vida de colores. Los especialistas en luminoterapia confían en las propiedades beneficiosas de la luz blanca, y los que se dedican a cuidar de la infancia son conscientes de la importancia de un ambiente luminoso para estimular el desarrollo de la afectividad desde los primeros estadios de la vida. La Luz es elemento primordial en la génesis de nuestra existencia. Somos dados a ella cuando nacemos; actúa pulsando nuestras neuronas, ilumina nuestro rostro, hace visibles, en gran medida, nuestros actos sociales, alumbra nuestras ideas potenciando nuestra capacidad creativa. Es parte fundamental de las creencias arraigadas en el ser humano, y da sentido al uso de elementos que la producen, simbolizando con su luminiscencia la expresión vivencial de nuestros sentimientos en los momentos más importantes de nuestra vida. Identificada con la razón misma, a veces con carácter sobrenatural, la luz ha dado nombre a movimientos y sectas a lo largo de la historia. Los individuos de la especie humana buscan permanentemente la luz, huyendo de las sombras de la ignorancia, hasta adquirir conciencia de sí mismos.
Desde el punto de vista de la Psicología, nos interesa, sobre todo, la influencia de la luz en la percepción de las emociones; en lo que podríamos llamar el proceso de contagio afectivo emocional. Entramos y salimos de nuestra conciencia a través de la puerta de la introspección. En estas visitas nos gusta, y es bueno, ir acompañados de expertos en el conocimiento de la psique; recorrer el camino en compañía nos hace crecer interiormente y sentirnos seguros. Su cuidado y afecto es una fuente de luz adicional a la nuestra, que nos permite observar nuestro avance y reconocer los límites precisos de nuestro entorno vital. Nos satisface comprobar el efecto positivo de la empatía cuando percibimos el flujo afectivo entre nosotros y los demás. Es este torrente luminoso de la mente el que ha dado lugar, en todas las culturas, a historias imaginativas que hacen referencia al mito del Hijo de la Luz, que “…apenas llegado al mundo, ya disponía de un espacio mental donde guardar y proteger su gran tesoro luminoso… a quien su madre, pensando que su vástago llegaría por sí mismo a ser una especie de superhéroe, dotado de poderes mágicos… no dudó en hacerle partícipe de sus más preciados dones: una mente lúcida para discernir y sentir y una voluntad para seguir su destino personal… El Hijo de la Luz se convirtió en poderosa fuente de energía, capaz de penetrar los secretos de las mentes de aquellos que vivían en su entorno vital…”.
No nos sorprende la fuerza que emana de una mente ágil y poderosa, y hasta qué punto son reales las vibraciones entre las más elementales partículas que interactúan en su estructura neuronal, sino su capacidad para superar los obstáculos que, como sucede al Hijo de nuestra historia, debemos afrontar durante el proceso de desarrollo de la inteligencia para gestionar el conocimiento y compartir las emociones, en beneficio propio y al servicio de los demás.