Desde los primeros estadios evolutivos del ser humano, la cosmética de la naturaleza está presente en la práctica de sus habilidades y conocimientos adquiridos, como la medicina y la expresión artística de su pensamiento simbólico. Hoy día se han incorporado al lenguaje conceptos como el de los super-signos, de la relación entre orden y complejidad de los números para explicar el estado estético (Birkhoff, Max Bense), de fenómenos estético-culturales que trascienden fronteras, de la belleza de los algoritmos en el mundo de la informática. Se habla de Estética de la Política, incluso de la Estética de la Ética: “Toda forma auténtica de arte es una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo» Juan Pablo II. Siguiendo patrones universales de la belleza, procuramos sacar tiempo para hacer cualquier clase de ejercicio físico porque somos conscientes de la importancia que tiene el cuidado del cuerpo, que sin duda es, además, una de las actividades más gratificantes en términos de salud y de éxito social. Procuramos protegernos contra las enfermedades, aflojar las ataduras de nuestra naturaleza hílica, reducir al máximo los efectos del deterioro que conlleva el paso de los años. De la misma manera, el cuidado de la mente también ha cobrado especial relevancia en nuestra sociedad actual, aunque sus resultados no sean tan aparentes. La vigorización del ánimo es un proceso mucho más complejo, sobre todo para los que no son expertos en transitar por el terreno de la conciencia plena. Ambos conceptos responden al deseo de equilibrio psico-somático, a la búsqueda de lo que llamamos belleza interior. Hacemos cálculos y gráficas que representan el nivel de la salud de la población mundial, y concluimos que hemos avanzado notablemente. Desde antiguo nos sentimos fascinados por la geometría y el orden cósmico. Tratándose de la del cuerpo, parece obvio que una línea ascendente es la representación más aceptable. El pasado solemos meterlo en un círculo inexpugnable, y el futuro lo envolvemos en una nube intangible, situada en una zona difusa del horizonte. Pero, ¿qué simboliza mejor el ánimo? Quizá alguna figura antropomórfica colectiva dotada de elementos etéreos flotando sobre la faz de nuestro planeta, o más bien tenemos cada uno la nuestra, que se desplaza con autonomía o se aplasta contra la realidad instalada en la mente de cada persona, esperando que alguien le ayude a remontar el vuelo cuando está maltrecha? La esfera representa mejor que cualquier otro cuerpo celeste la parte más noble del pensamiento; le atribuimos armonía, unicidad y capacidad expansiva. Más allá de lo estrictamente estético, estos atributos son los que nos interesan en el estudio psicológico del individuo desde una perspectiva integral. Hemos establecido criterios para determinar el grado de equilibrio entre cuerpo y mente basándonos en unos parámetros ponderables a efectos estadísticos y que tienen amplio eco informativo, sobre todo en el mundo desarrollado. Sin embargo, hoy, ahora, sigue siendo prioritario en todos los mundos conocerse a sí mismo; tan esencial e imprescindible como el acto de alimentarse, dejando, si es preciso, que alguien nos lleve la cuchara a la boca o nos ayude a restablecer nuestra conexión afectiva con quien vive ignorado a nuestro lado.
Mientras seleccionamos el mejor nexo con la experiencia a ras de suelo, tenemos por delante el apasionante reto de subir en el globo -lo más parecido a una esfera- de nuestra imaginación para visualizar en perspectiva las ventajas del proceso creativo de nuestra inteligencia y las consecuencias prácticas de nuestras emociones positivas y de nuestra relación con nosotros mismos.