Con el lenguaje verbal expresamos pensamientos complejos por medio de mensajes formalmente sencillos. Relacionando triunfo y existencia, por ejemplo, además de evocar a quien dijo “triunfo luego existo”, podríamos referirnos a una pauta de conducta encaminada a establecer con claridad los límites de un espacio vital, colocando al fracaso en la zona sombría del anonimato existencial. De modo similar, “soy el número uno, luego todos me siguen” denota una simple cuestión de orden o puede marcar una posición de privilegio de quien lo dice frente a sus competidores. La percepción que tenemos unos de otros no solo tiene en cuenta el lenguaje verbal; lo más frecuente es recurrir a patrones preestablecidos, pero también tenemos la posibilidad de analizar a fondo el comportamiento humano. Determinar las causas del éxito y del fracaso es igualmente complejo. Ambos implican una actitud personal ante la vida, y con frecuencia la clave del éxito se basa en la eficiencia de la representación, en la capacidad de fingimiento. La evolución del significado de este término da idea de su importancia a lo largo de la historia: el artesano “amasaba” el pan, el artista “moldeaba” con sus manos la obra de arte, el actor representa su papel sobre un escenario o detrás de una cámara de cine. Finge quien simula ser lo que no es en realidad. Como hemos dicho en otras ocasiones, el resultado no siempre es el esperado; al otro lado de la imagen que ofrecemos nos espera el éxito o el fracaso. ¿Es cuestión de supervivencia, y por ello imprescindible, decir algunas veces lo contrario de lo que sentimos o exagerar la expresión de nuestros sentimientos? Los niños, que no son ajenos a esta conducta, muestran actitudes de disimulo en ciertos momentos de su proceso evolutivo para satisfacer sus necesidades en el seno familiar, donde encuentran diferentes actores que van a influir en su vida de una manera decisiva, cada uno de ellos ocupando un territorio que no se puede invadir: padres que cuidan de sí mismos y de la prole, hermanos que compiten por un espacio captando afecto y atención que han de compartir generosamente con los demás miembros de la familia. A los adolescentes no les resulta fácil afrontar las tareas diarias para alcanzar los objetivos que otros les han marcado y ellos asumen como propios. Su sinceridad, especialmente valorada entre ellos, se ve con frecuencia enturbiada por la necesidad imperiosa de triunfar a corto plazo en el colegio, con los amigos, la familia, poniendo en juego lo mejor de su propia imagen. Para los adultos tampoco es camino trillado, y con frecuencia muchos se ven abocados a una sobreactuación. Todos tenemos el derecho y la obligación de buscar y conseguir el éxito personal en cualquier ámbito de la vida, empezando por el mismo acceso al mundo del trabajo, altamente competitivo. Para ello utilizamos todos los recursos a nuestro alcance, incluida la capacidad de saber presentar nuestros activos de una manera atractiva. Esto no es fingir.
Nuestro reto es hacer lo que debemos para ser lo que queremos ser. Para ello es necesario autocontrol, revisar nuestro comportamiento, corregir errores, aceptar nuestros defectos, mejorar nuestra autoestima. Al mismo tiempo que aprendemos destrezas de supervivencia, practicamos diversas tácticas para desarrollar nuestro proyecto personal. Estas tácticas afectan a todos los campos de la mente: inteligencia para diseñar y planificar, capacidad para relacionarse, voluntad para tomar decisiones. Vinculado al amor y la amistad, el auténtico triunfo consiste en reservar los disfraces para las grandes ceremonias y permitir que las emociones fluyan sinceramente, sin disimulos, para dejar constancia de nuestra existencia, pero no a costa de nuestra verdadera identidad. «Hay triunfos que solo se obtienen al precio del alma, pero el alma es mas preciosa que todos los triunfos». R. TAGORE