En una de sus acepciones, el término inconsciente se identifica con irreflexivo, imprudente; pero ahora nos interesa otra definición, la que se refiere a ese espacio psíquico que no conocemos, que se escapa al control de nuestra mente, que tan importante resulta especialmente para los psicólogos por su relevancia en el estudio de la conciencia. Dijo Einstein que la mente es como un paracaídas, solo funciona si se abre. Sería un acto de extrema imprudencia lanzarse al vacío sin desplegar ese artefacto con la pretensión de llegar lo antes posible a nuestro destino. Lo que parece sensato es abrir el paracaídas, bajar lo más despacio posible observando la inmensa panorámica que se ofrece ante nuestros ojos, y descubrir que vale la pena disfrutar de cada minuto de la experiencia vital. No es una opción aceptable estrellarse contra una realidad que, por dura que sea, nunca es tan insoportable como a veces la percibimos. Se dice que lo mejor es enemigo de lo bueno, de modo que un tejido mental uniformemente bien entramado resulta ser tan eficaz como otros dotados de deslumbrantes cualidades intelectuales. De hecho, tenemos cierta prevención ante cierta clase de individuos iluminados, cuyas gafas coloreadas se estamparon contra el suelo, mejorando inmediatamente su visión. Algunos así descritos sucumbieron víctimas de su excesiva lucidez. Valorando la relevancia del CI, nos gusta poner el acento en el equilibrio, la sensatez, la capacidad reflexiva, las destrezas suficientes para afrontar los retos diarios y saber elegir la altura oportuna desde la que podemos saltar sin correr excesivo riesgo. Sin embargo, más de lo que parece dependemos del inconsciente positivo, no sujeto a nuestra voluntad pero no por eso menos efectivo, que nos infunde valor para ese salto diario. Si nuestra mente privilegiada nos da tanta información que no podemos digerirla, aturdidos por la clarividencia paralizante de la luz cegadora de la verdad aparente, hasta el punto de anular nuestra capacidad de decisión, dejemos que esa fuerza incontrolada se manifieste y decida, sencillamente. Aceptemos de buen grado que el Inconsciente, el gran ejecutor, interviene en nuestros actos; esto no implica llevar el paracaídas cerrado a nuestras espaldas. Pero no olvidemos que, como alguien apuntó con cabal conocimiento, “un oportuno momento de meditación profunda vendría bien antes de dejarnos manipular por tantas y tan diversas fuerzas engañosas”.
“La simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal se llama sincronicidad”. Carl Gustav Jung