Cuando hablamos del caos, de la complejidad del carácter, pensamos en el mundo interior del individuo y en las circunstancias ambientales y familiares que lo rodean para encontrar las claves de su éxito personal y de las combinaciones de todas sus facetas para producir lo que tanto admiramos en quienes nos parecen y definimos como personas equilibradas. No es precisamente un síntoma de salud emocional hacer alarde en las redes sociales de tantos apoyos como el número de los que cuentan sus amigos por millares. Nada más lejos del equilibrio que la medida exagerada de cualquier cualidad o cantidad. Nos interesa destacar el enfoque de la Psicología humanista, transpersonal y adaptativa a cada circunstancia. En los primeros estadios de la vida del individuo es imprescindible reforzar el ego que permite su inserción en la realidad del mundo adulto, pero luego ha de vigilarse con mucho cuidado que esta actitud no se convierta en un obstáculo a la hora de adquirir una amplia conciencia de su identidad social utilizando todas las herramientas a su disposición. Una de las más importantes es, sin duda, la gestión adecuada de sus recursos personales, físicos y psíquicos, sin olvidar la vertiente espiritual. La Psicología Positiva pone el énfasis no tanto en las cualidades que se han de tener, sino en conocer y valorar sus consecuencias prácticas. Empleamos gran parte de nuestro tiempo tratando de alcanzar estabilidad emocional. Para lograrlo, expresamos nuestros afectos, ejercitamos nuestra capacidad creativa y procuramos reducir el dolor y canalizar el sufrimiento positivamente. Estas tres vías son auténticos motores de nuestro desarrollo armónico. En este proceso están comprometidas todas nuestras facultades para dar sentido a la vida a través de nuestros actos cotidianos. Practicar la empatía, una de nuestras capacidades cognitivas, nos permite no solo participar de la realidad afectiva de otras personas, sino disfrutar íntimamente de esa participación. Y para que este flujo emocional sea gratificante para nosotros, buscamos agradar a los demás, responder proactivamente, los cual no significa que debamos considerar ineludibles todas las funciones y roles que nos asignan. En la práctica, sin embargo, se dan situaciones en las que nos implicamos deliberadamente en la vida de otros sin que nos lo demanden, a riesgo de inhibir responsabilidades o provocar actitudes de rechazo. Esto es especialmente relevante en la relación con los adolescentes. Con la pretensión de ayudar y servir de ejemplo de conducta, aunque no siempre seamos el modelo ideal, no siempre dejamos el espacio necesario para el aprendizaje por ensayo y error, que fortalezca la autonomía individual y genere satisfacción por la superación de obstáculos. En el marco de las relaciones personales, siempre esperamos unos de otros lo mejor, aunque sin duda es difícil satisfacer siempre todas las expectativas. Es necesario saber decir no, incluso cuando parece importante que nos acepten y cuenten con nosotros. Esta negativa a quienes esperan de nosotros más de lo debido puede hacernos percibir con mayor claridad nuestros límites, pero no debemos dejar que nos invada la sensación de incapacidad. Lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad de nuestros actos; ser coherentes con nosotros mismos y calibrar nuestras fuerzas con realismo. Conscientes de que abarcar demasiado suele conducir al desánimo por la escasa calidad de lo ejecutado, no se trata de hacer por encima de todo, sino de hacerlo lo mejor posible.
No debemos olvidar que la felicidad no es un estado permanente, sino el resultado del esfuerzo que realizamos en nuestros actos cotidianos, compartiendo experiencias junto a los demás. Es como nadar en una piscina para mantenernos a flote y que los demás nos vean, para alegría de todos. Cuando los psicólogos nos ocupamos de la salud emocional, establecemos una relación entre felicidad y emociones positivas, y también entre aptitudes y actitudes. Esto significa, entre otras cosas, que todos los retos a los que nuestra mente se enfrenta a diario han de ser previamente analizados, y priorizados de acuerdo con criterios sólidos, valorando las consecuencias que se derivan de nuestra elección para no derrochar nuestra energía en esfuerzos estériles dispersando nuestra atención en funciones accesorias que limitan la ejecución eficiente de las realmente importantes para nuestro crecimiento interior, y al mismo tiempo, disfrutar con lo que hacemos. Los retos nos ayudan a crecer, pero en la construcción de nuestra personalidad debemos ser prudentes a la hora asumirlos y planificar las tareas necesarias para llevarlos a cabo. Dar pasos seguros, sin precipitación ni ansiedad, es fundamental en todo proceso de formación; más aún en la restauración psíquica de estados depresivos, en la corrección de conductas impropias, o en la superación de situaciones de baja autoestima.
Las prioridades pueden cambiar en un momento dado, pero nunca deberíamos exigirnos más de lo que podemos hacer. El crecimiento psíquico se basa en elegir opciones, marcarse metas alcanzables y actuar, revisando continuamente el proceso. Llegar, en cambio, no depende exclusivamente de nosotros. Sin ser demasiado ambiciosos, es lícito buscar un sano equilibrio emocional razonable para desenvolvernos con seguridad en nuestro entorno social. Aunque la confianza de los demás se fundamenta generalmente en la valoración de los resultados obtenidos, nuestra autoestima depende mucho más de los intentos que hagamos con una actitud positiva. A veces, un gran paso nos hace creer que somos muy fuertes, pero la grandeza está hecha de pequeños avances. Reconocerlos es, además de un rasgo de humildad, una señal inequívoca de madurez. “El logro real no depende tanto del talento como de la capacidad de seguir adelante a pesar de los fracasos.” (Daniel Goleman)