Son muchas las imágenes que podrían prestar fondo a esta frase, cuyo autor ofreció su vida en aras de un ideal, siguiendo el dictado de su conciencia. Yo me quedo con esta, la de un pequeño bonsái. Por lo que sabemos, la perseverancia de quienes cuidan de estos ejemplares es decisiva para lograr su desarrollo a tan pequeña escala. No importa el tamaño del cuerpo, la envergadura de sus ramas, sino la fuerza interior que fluye a través de sus canales para desarrollar toda su capacidad, para seguir sus pautas de crecimiento y convertirse en un adulto de plenas facultades. Probablemente él no habría elegido ser pequeño, pero ese cambio que se ha producido en su naturaleza no le impide conservar las características peculiares que lo definen como individuo de su especie. Es más, gana en respeto y admiración, y muchos lo consideran símbolo de eternidad, otorgándole su significado más profundo, ser puente entre el cielo y la tierra. La naturaleza no favorece cambios tan drásticos en la evolución de las especies, pero el ser humano es capaz de producirlos. Gracias a su creciente conocimiento de las características genéticas de la vida orgánica y actuando hábilmente sobre ellas, controla y modifica aspectos tan asombrosos para nuestros sentidos como desafiantes para nuestra inteligencia.
Pues bien, si tenemos en cuenta los modelos teóricos de la psicología evolutiva, no es una vana pretensión que los individuos de nuestra especie podamos cambiar conservando nuestra esencia independientemente del tamaño de nuestros cuerpos, y hacerlo en un razonablemente corto lapso de tiempo. Al contrario que el bonsái, nosotros no estamos constreñidos en un espacio del que no podemos escapar. Tenemos la capacidad de cambiar nuestra mente, desarrollar su potencial y mejorar su estado general siguiendo las pautas adecuadas de un experto psicólogo. Podemos acudir a su gabinete en busca de ayuda, donde él utiliza su mejor técnica para embellecer nuestra alma, de la misma manera que el artista jardinero trabaja en su laboratorio la planta escogida para transformarla en un hermoso ejemplar de proporciones reducidas, aunque no menos valiosas que las de su referente de tamaño natural. Se abre ante nosotros, sobre todo, la posibilidad de conectar unos con otros y compartir las ventajas evolutivas de tal modo que la suma del mejoramiento individual ofrece un resultado colectivo mucho más apreciable que el de cada individuo. Los bebés dan sus primeros pasos para aprehender el mundo en que han nacido. Los adolescentes desarrollan su sentido de pertenencia al grupo, madurando junto a otros congéneres. Los adultos fortalecen sus vínculos sociales a lo largo de su vida. Todos pertenecemos al mismo bosque, que nos sorprende por su belleza más que cada uno de sus ejemplares por separado. Buscando esta belleza, procuramos renovarnos por dentro y por fuera. Este es el auténtico sentido del cambio positivo, el mismo que queremos para los demás.