La construcción de nuestra identidad abarca procesos de reconocimiento de lazos familiares, aprendizaje de destrezas, desarrollo de nuestras facultades intelectuales. Conforme vamos creciendo, fortalecemos los vínculos afectivos en el ámbito de nuestras relaciones sociales y afianzamos nuestra autonomía para tomar decisiones y asumir las consecuencias que de ellas se derivan. Nos preparamos para superar situaciones complejas en la medida en que nuestro soporte psíquico alcanza la madurez necesaria, al tiempo que nuestros ideales y creencias se consolidan y nuestro lenguaje adquiere nitidez y precisión para expresar nuestros sentimientos. Nuestra mente registra las normas y los límites como parte de una estructura interactiva en la que somos responsables de nuestros actos y guardianes de la clave de acceso a nuestro mundo interior. La valoración del grado de madurez psicológica depende tanto de nuestra autoestima como de la evaluación que los demás hacen de nosotros. Con frecuencia se producen diferentes interpretaciones de un comportamiento en función de variables como la edad, la formación, o la actitud de observadores que convierten su experiencia particular en regla de medida a la hora de emitir un juicio sobre una conducta desviada de lo que puede considerarse socialmente correcto. Es, sin embargo, en una atmósfera de fluida comunicación positiva entre ambos lados del diván donde el especialista observa con cuidado, registra y considera todas las opciones posibles que faciliten el diagnóstico certero. Esta relación es tanto más fructífera cuanto mayor es el reconocimiento por parte del paciente del papel de quien le acompaña en el proceso de su reconstrucción anímica. Andar juntos durante un buen trecho permite apreciar con más precisión la debilidad de un paso, la persistencia de un defecto o la carencia de apoyos necesarios, y por tanto ofrecer soluciones efectivas.
Por otro lado, el comportamiento individual está condicionado en cualquier estadio de la vida, desde la infancia a la edad adulta, por influencias externas que determinan el grado de interiorización de los ideales y modulan la manifestación explícita de nuestras creencias. La transmisión sistemática de valores mediante la aplicación metódica de una estrategia comunicativa afianza en nuestra conciencia los principios éticos imperantes en la sociedad y surte un efecto positivo tanto en los individuos, conscientes de estar cómodamente instalados en la zona del comportamiento socialmente aceptable, como en la psique colectiva que se beneficia del bienestar individual. Existe otro tipo de condicionantes que debilitan, incluso anulan la capacidad de acción, pudiendo llevar al individuo a adoptar una actitud pasiva de rechazo o de agresividad incontrolada, situándole en un terreno de indefensión difícilmente controlable. En todo caso, cualquiera que sea la naturaleza de esta influencia en nuestro modo de actuar, no podemos concluir que nuestro pensamiento esté programado sin caer en una actitud determinista. Somos libres para elegir y realizar nuestro proyecto personal, buscando el equilibrio emocional, cultivando nuestro interior para crecer espiritualmente. No es tarea de un día, sino de toda una vida, llegar a ser plenamente conscientes de nuestra singularidad y mostrarnos tal como somos.
“Todos tenemos el potencial de ser grandes; nuestro trabajo es crear un gran mundo donde este potencial pueda florecer”. (Stanley Greenspan)