Dispensamos cuidados y atenciones a los que queremos, dejando nuestra huella afectiva en nuestras relaciones personales. Nos saludamos deseando felicidad a los demás; tal vez porque es lo más importante en la vida y su carencia es más frecuente de lo que podría pensarse. Aunque se nos proponen diversos métodos y caminos para alcanzarla, desde distintas perspectivas y actitudes vitales, tenemos la capacidad de elegir el nuestro propio. En esencia, se trata de un proceso de maduración interior, de llegar al autoconocimiento y ser conscientes de la otredad. Nuestra naturaleza hílica es un lastre que debilita la percepción de la existencia ajena, pero aún así, las vías de acceso están abiertas delante de nosotros: mecer una cuna, procurar que la soledad del vecino no sea tan sonora; ayudar al que busca sustento sabiendo que no hay pan mejor compartido que el que se unta en el plato del amigo. Es verdad que nadie sufre el dolor de la misma manera, pero aceptarlo como parte de la vida es una vía hacia nuestro equilibrio espiritual. Personas de mente lúcida y corazón generoso que están cerca de nosotros nos demuestran que es posible superar la pena y el dolor mediante la empatía y la comprensión. Como decimos los psicólogos, no basta con conocer el método. Es preciso interiorizarlo y ensayarlo. La conexión psicosomática con los sentimientos de los demás se basa en encontrar en nosotros el mismo sentimiento. Podemos ser muy simpáticos, socialmente triunfadores, pero eso no suficiente para conectar con el que palpita a nuestro lado. La felicidad es un estado anímico que no se consigue gratuitamente.
Se trata de practicar la empatía en todo momento, sin más límite que nuestra sabiduría. El crecimiento de la autoestima está íntimamente ligado a esta práctica, por tanto podemos aspirar a ser más sabios si nos hacemos más sensibles a la presencia de los demás a lo largo de nuestro camino, sin perder de vista nuestra propia identidad. La evolución del ser humano ha sido determinante en el proceso de la toma de conciencia del otro, pero es tarea de cada día educar esa percepción. Para lograrlo debemos reforzar nuestros lazos afectivos, conscientes de la importancia de nuestros actos, por sencillos que sean. Como dice Paulo Coelho, “si solo caminas los días soleados, nunca llegarás a tu destino”.