Compartir, fuente de felicidad


Cada vez son más los convencidos de las ventajas de compartir lo poco o mucho que se tiene con quienes carecen de lo necesario para sobrellevar la tarea de vivir. Hay un espacio razonable para el optimismo. La voz autorizada de algunos líderes está transmitiendo cada día mensajes de confianza en las personas que viven compartiendo sus recursos, por escasos que estos sean.
Fruto de esta conciencia creciente, hay un nivel de pensamiento más profundo que está instalándose entre miembros de las capas sociales menos castigadas por la dificultad de acceso a los bienes esenciales. Es indudable que la gratitud por lo recibido mueve conciencias. No son cuerpos anestesiados por la abundancia a los que hay que sacudir para que vean; ni mentes que despertar para que escuchen y conozcan. Se trata, simplemente, del descubrimiento del alma del prójimo y actuar. Empezamos a observar con más atención el interior de los que nos rodean y el de nosotros mismos: quiénes somos, quiénes son ellos, cómo piensan esas personas que nos encontramos en la calle, en el autobús, en la oficina de empleo, a la puerta o dentro de una iglesia, sentados en la acera, en los grandes almacenes. Esos que viven y están a nuestro lado cada día, buscando una porción de felicidad compartida, no son invisibles: son esos que llaman a nuestra puerta pidiendo ayuda para encontrar su camino. La respuesta está en el corazón. Solo hace falta querer que nuestra empatía nos haga sentir y actuar. Nuestra mente está capacitada para comprender la situaciones más complejas, aunque a veces necesitamos que alguien nos ayude a poner en orden nuestras prioridades. La psicología humanista nos proporciona herramientas para reconocer al otro en su integridad; nuestro deber es aceptarlo tal como es. La conciencia social se manifiesta por medio del compromiso personal con la realidad, por mucho que a veces esta nos abrume. La experiencia de compartir es uno de los nutrientes más poderosos de nuestra alma. La generosidad es una virtud al alcance de cualquiera; no se necesitan muchos medios materiales para ello. Basta con ver nuestros seres queridos, nuestros amigos, los que no conocemos pero viven a nuestro lado, y descubrir el alma del prójimo para reconocer que todos ellos son caños de la fuente de nuestra felicidad, aunque alguna vez los encontremos parcialmente taponados.