Poseemos el derecho irrenunciable a compartir experiencias que se generan en el seno del grupo al que pertenecemos. De la naturaleza colectiva de tales experiencias se deduce la necesidad de consensuar la toma de decisiones de acuerdo con unas normas que regulan el grado de responsabilidad que se puede
asumir a la hora de involucrarse en el trabajo en equipo, respetando el libre albedrío de cada individuo. La diversidad de pensamiento no debería hacernos sentir amenazados, sino dispuestos a considerar los puntos de vista ajenos y aceptar que los juicios de valor son más exactos cuanto mayor es el número de mentes que colaboran en su elaboración.
En este proceso se genera un comportamiento dinámico que exige un considerable esfuerzo sinérgico, mayor cuanto más compleja es la estructura organizativa. Se reduce a su mínima expresión cuando se trata de individuos que deliberadamente renuncian a los beneficios del consenso, optando por fórmulas más impositivas.
Un alto grado de complejidad lleva, a veces, al colapso por la elevada cantidad de conflictos que surgen. En estos casos se suele recurrir a la redistribución de los papeles que se desempeñan, y a veces a silenciar las discrepancias.
La simplificación de un slogan oculta la complejidad del proceso de su elaboración, hasta el punto de hacernos pensar que es el resultado de una mente privilegiada. Nada más lejos de la realidad. Esa mente ha absorbido como una esponja multitud de ideas nacidas en otras más discretas, pero igualmente necesarias para concebir y lanzar un mensaje preciso y efectivo. De esto sabe mucho la psicología aplicada.
En todo potaje que se precie todos los ingredientes son responsables de su éxito en el paladar más exigente. ¿Acaso no nos gusta reconocer el valor específico de cada uno de ellos?
Aceptando que la diversidad es una garantía de calidad, cabría preguntarse si es posible una reprogramación de las mentes de los que intervienen en la adjudicación de roles eliminando valiosas aportaciones que sin duda podrían enriquecer el producto final. Como sucede con las recetas en el mundo culinario, una actualización de nuestros hábitos es más efectiva que un traje prêt- à-porter para el desempeño de una función. Sin embargo se recurre a esta opción con demasiada frecuencia.