No tiene que ser un diván, ni siquiera un cómodo sofá; solo una desnuda silla vacía basta para sentarte y pensar en las ataduras que te amarran. Quiero cuidarte, ayudarte a remover los cimientos de tu pensamiento, despacio, sin tirar nada, desmontándolos pieza a pieza, como si se tratara de elementos de un constructo, y echar la base de una conciencia renovada de tu individualidad; o como si fueran las losas de una calzada, sin romperlas, y reconstruir con ellas otra senda por la que puedas caminar hacia tu destino personal. Será un camino sinuoso, lleno de sorpresas, de íntimas experiencias.
Una simple silla, vacía, esperando humildemente que la ocupes, sin desbordarla, con la cabeza erguida, tu mirada puesta en el horizonte hasta donde abarca tu percepción de ti mismo. Esta silla no está aquí por casualidad. Yo la heredé de mi abuelo. Él la ocupó durante muchos años, y me la dio para que sentara en ella la cabeza. ¡Qué ocurrencia tuvo! Nunca, -o tal vez sí- imaginó que algún día yo tendría mi cabeza dispuesta para ayudar a otros a organizar la suya. El corazón puede acelerarse, y los sentidos se avivan, pero solo el alma se apacigua, y nada mejor que un austero asiento de cuatro patas para estar alerta evitando distracciones de lo que realmente importa: cuidar de tu mente.
Es posible que al principio encuentres esta silla un poco dura, pero descubrirás que la verdadera dureza está en el mecanismo que bloquea la comunicación. Pocas experiencias son tan incómodas como abrir la mente, como si de una cremallera se tratara, hecha de dientes que pueden amordazar la lengua y aturdir el alma. En esta situación no hay mullido que alivie cualquier postura que adoptes sobre ella. Pero aun así, te sostiene con firmeza, y te ayuda a mantener la cabeza erguida sobre los hombros. Correctamente sentado, puedes comprobar que el rigor en el trato del cuerpo no implica en absoluto flaqueza del espíritu, sino al contrario, ayuda a mantenerlo alerta; la excesiva comodidad física puede a veces adormecer tu capacidad cognitiva.
Siéntate, pues, lo mejor que puedas, relájate, deja que fluyan los canales de tu conciencia. Al final, sentirás la alegría profunda de haber soltado las ataduras y poder andar seguro de ti mismo, capaz de ver a los que caminan a tu lado, y sentir junto a ellos que en la vida siempre se trata de seguir adelante.